La Orquesta Sinfónica de Mar del Plata se presentó este sábado en el Teatro Colón y en esta oportunidad fue dirigida por el maestro Lorenzo Guggenheim.
Por Eduardo Balestena
La Sarabande, de la suite “Pour le Piano”, L. 95, de Claude Debussy (1862-1918), arreglo de Maurice Ravel, fue la primera obra del programa.
Creación temprana de Debussy, fue reelaborada posteriormente en una escritura predominantemente diatónica y llevó el título de Souvenir del Louvre, reveló el maestro Guggenheim.
En la orquestación de Ravel subsisten esos elementos: el eco introspectivo, misterioso y a la vez evocativo de una atmósfera medieval de claustro, el profundo acorde inicial de las maderas, seguido de un pasaje muy sutil en la cuerda, sugieren una impresión interior. Se trata de una obra muy poco interpretada que pudimos conocer en el año del centenario de la muerte de Debussy.
El programa prosiguió con Romeo y Julieta, Obertura-Fantasía, de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893). Sugerente y descriptiva, está dada en un permanente cambio de intensidades, sonoridades y acentos, así como modificaciones de tempo no indicadas expresamente en la partitura, con lo cual la libertad dada a los intérpretes es amplia. Plantea la continuidad del discurso musical en este horizonte de elementos cambiantes y sus demandas técnicas son notorias en ello tanto como en pasajes muy rápidos en la cuerda y los colores que aportan ciertos timbres, como el solo de corno inglés o la cuerda en su zona media que introducen al tema de amor, que los cornos comentan sutilmente y en el cual el solo de arpa es un centro respecto al cual se articula la intervención de la cuerda y posteriormente de las maderas.
La interpretación ralentizó determinados lugares, lo que resalta la articulación del fraseo y el contraste posterior con los pasajes rápidos y hace más notorio, en esos pasajes lentos, el sonido de una cuerda que, pese a no contar con un amplio volumen de instrumentistas, sonó en todo momento tersa y homogénea. También hubo un gran ajuste en las intervenciones de los metales. Los golpes de timbal del final, antes del bello acorde maderas y cornos, le confieren un aire de tragedia.
La Sinfonía nro. 8 en sol mayor, opus 88 de Antonin Dvořák (1841-1904) fue interpretada en la segunda parte del programa. En la conversación posterior al ensayo general, el maestro Guggenheim señaló que más allá de la riqueza y espontaneidad de los temas, muchos de ellos danzantes, se trata de una obra muy pensada y rigurosamente construida. Bajo esta clave de escucha es posible advertir que el tema central que aparece luego de la introducción de cellos y cornos, con cuerdas en pizzicato y esa extensa articulación de flauta y piccolo, que verdaderamente sostiene la estructura hasta el advenimiento del elemento siguiente, es recurrente a lo largo de la sinfonía, tanto en ese planteo inicial como en diversas modificaciones, a veces no sustanciales, en la parte inicial o en la respuesta. Escuchada así, entendemos que la espontaneidad (el solo del concertino en el tercer movimiento, por ejemplo, evoca claramente una danza campesina), casi siempre desbordante, en resultado de un gran manejo de la forma.
La particularidad de la versión residió en detalles como el contraste de tempos, por ejemplo entre la introducción y el desarrollo posterior, en el primer movimiento, o la entrada de las flautas tras la introducción en el adagio, con un carácter casi danzante, que conduce al bello y misterioso acorde de los clarinetes, en una fluidez de sonidos que se destacan en sus gradaciones y en la funcionalidad a la estructura del todo.
Nacido en 1990, actualmente cursando el doctorado en Toronto, Canadá, luego de haber llevado a cabo su maestría en Washington, Lorenzo Guggenheim es un director experto, perfeccionista y seriamente formado, que acumula ya la experiencia de haber conducido orquestas en el país y Europa –donde también actuó como solista en piano- y particularmente en Estados Unidos: la índole de los aspectos puntuales con que la orquesta y él llegaron al ensayo general son indicativos del nivel de detalle con el que se trabajó.
También lo es el modo en que prepara las obras: al piano y cantándolas, lo que permite trabajar sobre las articulaciones y demandas estructurales. El manejo acabado de la forma es el primer requisito del estudio de una obra, señaló.
Destacaron especialmente Pablo Albornoz (violín); Aída Delfino (arpa); Alexis Nicolet (flauta); Mario Romano y Ernesto Nucíforo (clarinetes); Ibrahim López (trompeta); Andrea Porcel (corno inglés); la línea de cornos y trombones.
La orquesta ha venido bregando desde largo tiempo por la cobertura de cargos. Presentaciones como esta hacen evidente que esa persistencia y sus resultados valieron la pena.